Las cartas tiritan sobre la mesa
en esta apuesta arriesgada,
descubriendo el pálido rostro,
la faz oculta de nuestros devaneos.
Y me contemplo derrotada,
vil intrusa, polizón desairado
de esa larga travesía a ninguna parte.
Donde todo era nada y nada importaba,
deseo procaz sin horizontes.
Donde las lanzas herían con
ojos cerrados.
Donde los caminos divergían
y se encontraban,
sin rumbo.
Y crueles las mentiras
dos y dos sumaron cinco.
Qué necesidad hubo de seguir
dañando, de exponerme
a la grandeza de su juicio.
Tú y yo, atolondrados
actores de una farsa,
protagonistas de este vodevil
alimentado de tus ansias.
Y arrastraré la penitencia
de tu flaqueza,
el gesto obtuso y el silencio
impenetrable de sus ojos
llenos de lágrimas.
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| G. Braque |

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